jueves, 12 de marzo de 2009

TRAVESURAS EN EL OCÉANO

Érase una vez en un lugar fuera de este planeta, en lo que todo lo imaginario existe realmente, donde viven las criaturas más fantásticas que, según los humanos, no existen. Entre estas criaturas están las sirenas. Las sirenas son criaturas que a mí me gustan mucho y, aunque se cuentan muchas historias sobre sirenas malvadas, a mí siempre me ha gustado pensar que son unas criaturas magníficas.
Una de esas sirenas es Lisa. Lisa es una sirena de cola violeta y pelo castaño claro. Lisa tiene como amiga a Eva, cuya cola es de color azul mar y su cabello rubio como el oro.
Lisa y Eva andaban siempre metidas en problemas por las travesuras que se les ocurrían, unas veces provocaban una especie de estampida de peces, otras despertaban a los tiburones. Pero lo que estoy a punto de contaros es muy distinto a lo demá.
Un buen día de verano, estas inseparables amigas nadaban cerca del palacio real. Allí el rey estaba hablando con los guardias sobre un tema bastante importante: la corona real.
La corona era un tesoro y debía ser protegida a toda costa, y ahora más que nunca porque hacía un tiempo había unos ladrones que iban de casa en casa y buscaban lo más valioso que hubiese. Entonces Lisa y Eva habían escuchado la charla y de repente entraron y se ofrecieron para cuidar de la corona. El rey puso muchas excusas pero las chicas prometieron estar siempre al cuidado de la corona y no perderla de vista ni un segundo.
Desde ese mismo momento no la perdieron de vista, pero tenían un problema: ese mismo día, un hombre les había dicho que era el prometido de la princesa Carmen y que exigía ver la corona de inmediato. Lógicamente ni Lisa ni Eva se lo creyeron. Ellas tenían la obligación de proteger la corona y no dejársela ver a nadie.
Al final del día, las amigas solicitaron una audiencia para hablar con el rey y le contaron lo que había ocurrido:
- Señor debemos hablarle sobre algo que ha ocurrido hoy.
-¿De qué se trata?
-Mire, hoy ha venido un señor diciendo: “Soy el prometido de la princesa, exijo ver la corona de inmediato”.
-Pero, no se la habéis dejado ver ¿verdad?
-¡Pues claro que no!
-Bien, así me gusta. Bueno, podéis marcharos.
-Gracias, Su Majestad.
Al día siguiente era su día libre y se fueron a dar una vuelta por ahí. Pero se acordaron de que tenían que preguntarle a la princesa Carmen cómo se llamaba su prometido para saber si era de fiar el hombre que habían conocido. Entonces se fueron a palacio para preguntárselo.
-Princesa Carmen, tenemos una pregunta para usted.
-¿De qué se trata?
-Es sobre su prometido.
-¿Mi prometido?
-Sí ¿Es que no lo sabía?
- Pues claro que lo sabía, lo que quiero decir es qué tiene que ver él en todo esto.
-Verá, Alteza, es que ayer recibimos la visita de un hombre que nos dijo ser su prometido y que exigía ver la corona de inmediato.
-En ese caso os lo diré: se llama Óscar.
-Gracias, Alteza.
A la mañana siguiente, cuando fueron a trabajar, ese hombre volvió, como era de esperar.
-Bien, jovencitas, dejadme ver la corona.
-Eso será si antes nos contesta a esta pregunta ¿Cómo se llama?
-Óscar.
Lisa y Eva se quedaron boquiabiertas de la sorpresa, pues resulta que era el prometido de la princesa.
-De acuerdo, le dejaremos pasar.
Después, cuando se fue el hombre, Lisa y Eva fueron a ver la corona y la horrible tragedia fue que no estaba.
-¡Seremos tontas! Cómo hemos podido dejar que ese hombre entrase ahí el solo- dijo Lisa.
-Ya ¿Y cómo vamos a decírselo al rey?- dijo Eva.
-Pues no tenemos muchas opciones, o se lo decimos al rey y nos mete en la mazmorra, o vamos a buscar la corona.
-Yo voto porque vayamos a buscarla.
Y así lo hicieron. Ellas sospechaban que el ladrón había ido a la cueva de las profundidades porque era el lugar más seguro para guardar un tesoro así.
Cuando llegaron allí, vieron que tenían razón: el hombre tenía la corona real pero la sorpresa fue, que tenía como guardianas a dos anguilas y, para colmo, a Eva le daban alergia las anguilas. Sólo Lisa podía luchar contra ellas. Y así lo hizo. Tras una dura batalla pudo deshacerse de esos dos animalillos.
Cuando ya habían acabado con las anguilas se tuvieron que enfrentar al malvado hombre que había robado la corona. Después de muchos coletazos y muchos golpes, consiguieron acabar con él.
Después fueron nadando a toda velocidad al palacio real y dejaron allí la corona y nadie supo jamás que la habían robado.

Laura Herrera Gómez

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es muy guay ;-)