En
una aldea perdida de África, vivía un niño con su familia. Esta aldea era desconocida
para los habitantes de otros pueblos y aldeas de los alrededores, donde había misioneros españoles y de otros países
ayudando a sus habitantes a cultivar la tierra, cuidar animales y cavar pozos
de agua, para poder vivir decentemente sin pasar hambre y sed. También
enseñaban a los habitantes de estas aldeas a leer y escribir y la religión
cristiana.
Pues bien el niño de la aldea perdida, escondido entre la maleza de
la selva, observaba que desde que llegaron
esos señores de piel blanca y con túnicas, sus vecinos tenían más
comida, más animales, agua limpia para beber y regar cultivos. Además veía a
gente enferma y poco después estaban curados; y una cabaña más alta y grande que
las demás con una cruz en el tejado. Estaba claro que vivían mucho mejor que
ellos. Ellos sólo se alimentaban de caza y a veces pasaban hambre.
Un día la familia
del niño y parte de la aldea enfermaron y el niño tenía que cuidar a su
familia, pero él sólo no sabía todavía cazar, ni qué hacer con los enfermos,
necesitaba ayuda inmediatamente.
Después de pensar mucho, se
decidió a buscar a aquellos señores con túnicas que curaban a la gente y podían
salvar su aldea
Los misioneros le recibieron muy
bien y fueron inmediatamente a ayudarles, llevando medicinas y
alimentos. A los pocos días todos se habían curado y comenzaron a
aprender a cuidar animales, cultivar la tierra, cavar pozos etc.. También construyeron
escuelas para aprender a leer y escribir y una gran iglesia para dar las
gracias a aquellos misioneros.
La solidaridad de los misioneros hizo que una aldea perdida
y atrasada prosperara y se relacionara con los demás pueblos gracias a la labor
evangelizadora.
Francisco Vázquez
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