Érase una vez un misionero que antes
de ser misionero fue médico en un hospital de Valencia. En una de sus
misiones en África iba en camello y se encontró con un niño que estaba
solo en una cabaña hecha con piel de buey. Estaba muy enfermo y necesitaba que alguien le ayudara. El médico, que se llamaba Juan, se ofreció
para curar a ese niño y les dijo a los demás compañeros que se fueran
que ya les alcanzaría. El niño le dio las gracias y Juan le dijo que para
qué hay misioneros si no es para ayudar a la gente y además le dijo también que
más de una vez había curado a gente como él. El niño preguntó a Juan:
-¿A qué más gente has curado?
Juan dijo:
-¿Quieres que te cuente una historia de uno de los niños que he ayudado?
El niño respondió:
-¡Sí, por favor!
Juan empezó a contar.
-Cuando yo estaba en otra de mis misiones en Chile, me encontré con
un niño de más o menos de tu misma edad. Tenia muchas heridas porque había
quedado sepultado en los escombros de un edificio después de un gran
terremoto. El niño interrumpió.
- ¿No le dolía mucho a ese chico de los escombros?
Juan respondió:
-Pues claro que sí que le dolía- Y Juan siguió con la historia.
-Y, como a ti, también me quedé a ayudar y le dije lo mismo que a ti: para qué están los misioneros si no para ayudar .
El niño estaba muy débil porque no había comido en dos o tres días desde
ese terremoto. Entonces saqué las provisiones y se las di. Me dio las
gracias y me fui.
El niño, Jean Buto, era su nombre, dijo que la historia había sido muy chula.
Rubén de la Cal
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